jueves, 28 de junio de 2012

Todo concluye al fin

Con Matías estuvimos juntos poco más de un año, fue el año más feliz de mi vida. Recuedo que para los 300 días juntos me hizo un regalo, así de sorpresa, y eso que es difícil sorprenderme a mí. Pero quién cuenta los días? Lo común es contar los meses, los años... Sólo una persona enamorada puede hacerlo.
Pero desgraciadamente el amor a veces no alcanza, o por lo menos, en nuestro caso, no fue suficiente.
Matías me amaba, de eso no hay dudas, pero aunque suene ilógico él amaba más a su religión que a mí y yo no encajaba en esa ecuación.
Un día como cualquier otro salimos a cenar. Yo lo noté raro, pero pensé que estaría cansado. Ilusa. Al llegar a mi casa, sin preámbulo alguno dijo: "no puedo seguir haciendo esto". Lo miré perpleja, no entendía de qué me estaba hablando, hasta que finalmente comprendí: me estaba dejando.
Lloré, le rogué que no lo hiciera, le prometí que me involucraría más si él necesitaba una prueba, pero de nada sirvió.
Lo abracé fuerte, no quería dejarlo ir, esa sería nuestra última noche como pareja y no estaba preparada para perderlo, para que saliera de mi vida. Nada de lo que hiciera lo haría cambiar de opinión, era inútil. Y así fue como sin mirar atrás se despidió y me dejó sola, con el alma partida y el corazón hecho pedazos.
En ese momento lo único que podía sentir era que jamás volvería a amar a nadie, jamás.